En el verano de 2001, justo antes del 11 de septiembre, justo antes de mi agitada estancia en la New York Film Academy, conocí a una de las pocas leyendas vivas del jazz que había tocado con Charlie Parker y Billie Holiday. Un barbudo entrañable, bastante mitómano, que fue de los primeros en actuar tras el Telón de Acero soviético, fusionó músicas africanas y orientales antes que nadie, y trascendió sus orígenes bebop para inventarse el sonido new age. Ese encuentro, grabado con una videocámara que manejaba a trompicones, ha estado guardado en mis archivos hasta hoy, que por fin sale a la luz en forma de cortometraje documental.
Anthony Sciacca, probablemente Antonio para su familia de orígenes sicilianos, fue un extraordinario clarinetista que irrumpió en la escena vitalista del jazz norteamericano de los años 50, bajo el nombre artístico de Tony Scott. Dotado para codearse con los astros del swing, como Benny Goodman o Woody Herman, enseguida se fascinó con la ruptura que proponía Charlie Parker y los locos del bebop. Empezó a destacar en su treintena, pero el destino le había preparado otra vida… (lean la necrológica del bueno de Chema García publicada en EL PAÍS por su fallecimiento).
Cuando conocí a Tony yo estaba trabajando de redactor jefe (sin cargo) en la magnífica Cuadernos de Jazz (rodeado de los únicos que sabían lo que decían y escribían sobre jazz en este país). Una de mis funciones era extender los vínculos internacionales y colaboraciones entre medios (una quimera bien rebuscada en el desatado egocéntrico universo del periodismo jazz), y por esos caminos de la era pre-Internet conocí a Luciano Vanni y su entusiasta proyecto editorial JAZZIT (una revista que colocaba en el centro de la información la creación y difusión del jazz hecho en Italia). Siendo dos pazzi soñadores nos caímos bien desde el minuto 1, y en una de nuestras fantasías maquinamos hacerle un documental a Tony Scott, el clarinete rebelde del jazz que vivía en un apartamento de Roma desde hacía años…
El encuentro con Tony fue una de esas visitas bizarras que la vida como periodista -a veces- te depara, y siempre he sido fan de los retratos at home. Saltando entre el italiano y el inglés, con la música a todo trapo en su salón, vestido con un traje de colores hecho a brochazos estilo Pollock, y mientras Luciano intentaba localizar a su ragazza (ser italiano es duro para el amor), pude sentarme y grabar una conversación con Tony (que sirvió de base para una entrevista publicada en Cuadernos, y como teaser para mover financiación del posible proyecto cinematográfico en mercados de documental). Apunte: a pesar del interés mostrado por varios entes, y uno de los productores más conectados de Italia, el docu no salió. Tiempo más tarde, a los tres años del fallecimiento de Tony en el 2007, se estrenó Io sono Tony Scott (dirigido por Franco Maresco). Así que abandoné la idea de hacer algo con ese material.
Sin embargo, cada vez que lo revisaba, me enganchaba el caos bello de esa conversación y lo que contaba en poco menos de cuarenta minutos de brutos. Me puse a valorar seriamente producir un mediometraje con ese material, pero uno de los muros que aparecen siempre en los documentales musicales (los derechos de las canciones) se hacía pesado y poco razonable (sin dar nombres, los herederos de los legados musicales no son los mejores amigos del cine).
Así que tras varias ediciones, me atreví a lo que el material pedía. Un retrato no musical de este enorme músico. Precisamente lo que siempre han detestado los músicos: palabras. Pero es que Tony era mejor improvisador en sus historias que en sus solos de clarinete roto…
El resultado son 17 minutos de conversación, un recorrido comentado por él mismo de las fotos de su salón (era un gran fotógrafo amateur y llegó a exponer su colección en la Fnac parisina), reflexiones sobre la vida y el arte, y algunas historias inventadas o distorsionadas por su memoria fantasiosa…
Ante todo, he querido mostrar un homenaje a este tipo realmente extraordinario, que sacudió las estructuras musicales por accidente (su album Music for Zen Mediation es el primer best seller de la new age), que inspiró a fusionar sonidos supuestamente antagónicos -como el jazz y el folk asiático-, y marcó una generación de músicos italianos con su presencia, sus conciertos, y sus delirios.
En breve, se podrá ver en pantalla grande.
