Monk rebobinado

Ayer noche pudimos disfrutar de dos rarezas en Madrid. Por un lado, la Gala Inaugural del bien amado festival Documenta Madrid, que se ciñó a unas breves palabras de agradecimiento, presentación y buena onda, por parte de la Trinidad directiva de la muestra. Por otro, la película documental de apertura de la sesiones, nos brindó la ocasión de ver y saborear una joyita llamada a ser Clásico, en esa gran familia de los documentales de jazz. Sin riesgo de exagerar, uno se hace la idea de lo que sintieron los primeros espectadores de Let’s Get Lost, ese tesoro al ruido fílmico y espiritual rodado por Bruce Weber en 1988, pero alimentado en carne y sudor por Chet Baker.

Rewind and play es el scrapbook documental realizado por el director Alain Gomis, que tras su paso por el Forum de la Berlinale, el CPH:DOX o el Cinema du Reel, sigue cosechando justa admiración allá por donde pasa. Aún se podrá ver este sábado en el festival madrileño (y si no estuviera de viaje repetía sesión, my friends), y lo más bonito es saber que seguirá paseándose por más y más pantallas, antes de recalar en esa cárcel de visitando en plataformas, en las que nuestras pelis son víctimas accidentales de pantallas de portátil, sonido de celular, y alguna que otra desgracia… Porque esta maravilla de recreación factual, a partir de un material de archivo televisivo que solamente se conocía en parte, pertenece a la sala oscura, el butacón, el sonido envolvente, las risitas y murmullos en grupo, y la concentración necesaria para una miniatura que apenas pasa la hora de metraje.

Cuenta Gomis –en la entrevista de promoción para Cineuropa, realizada en Berlín este mes de febrero-, cómo llegó a este proyecto mientras preparaba (y aún sigue) un largometraje de ficción sobre Thelonious Monk. En el camino de búsqueda y digestión de materiales que (casi) todos hacemos durante la investigación de un trabajo cinematográfico, este cineasta de origen senegalés se topó con el material de una entrevista realizada a Monk durante su visita a Francia en el año 1969. No es difícil trazar que, dado su estatus presente de cineasta francófono, la semilla fueron los clips disponibles en el Institut National de l’audiovisuel, que en 2017 se difundieron en YouTube . Pero, claro, nadie podría imaginar – a no ser que se escarbara en los brutos de origen – el show de puerto esperpento periodístico, de reflejos y antirreflejos que se produjo en la grabación del programa Jazz Portrait de febrero de 1970, en el que -por cierto- el desequilibrio de Monk vence por puntos la idiotez narcisista del presentador, en ese subgénero de terror mediático que es la entrevista cara a cara.

Decía Miles Davis, enemigo acérrimo de los periodistas, que la “entrevista es algo que tú haces y pagan a otro”. Eso, cuando sale bien, porque he sido testigo – en mi época de redactor de la desaparecida Cuadernos de Jazz– que muchos mal llamados críticos o escritores de jazz sólo saben preguntar idioteces. El bueno de Brandford Marsalis, en una charla desayuno inolvidable en el enorme Jazzaldia de Donosti, también me advirtió una vez que los periodistas de jazz “creen que saben algo porque pueden reconocer una canción”. El trabajo de corte, sutura, cosido y curado interpretado por Alain Gomis en esta maravilla, es un juego de metajazz porque la entrevista toma y retoma, a partir de los errores de una conversación imposible, las ideas que el entrevistador propone, y después Thelonious intenta salvar a pesar de su lenguaje trabajo y enfermo. Lo mejor, como muchos músicos de jazz han llorado hasta la saciedad, es tocar la música y callar la boca. Tal y como el propio Davis le decía crispado al pelmazo de Teo Macero en las tomas de estudio de algunas de las obras maestras del jazz documentado.

Enhorabuena, entonces, y ovación, a este director accidental de un documental que no solamente recupera dos horas y pico de grabación en bruto de un programa de televisión troceado y adulterado, haciendo justicia al más insólito de los hombres de jazz de todos los tiempos. La selección, restauración, ordenación y montaje – como el apoyo de un material de 16mm, filmado a pie de avión, taxi y calle, durante la visita de Monk al París del año 69 – es u auténtico cumple laude cinematográfico, pero aún más difícil: es un trabajo musical en imágenes, digno de las mejores piezas monkianas, y de los mejores documentales de música vistos en los últimos tiempos.  

Publicado por Miguel Angel Rolland

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